A pesar de la crítica devastadora que los maestros de la sospecha Marx, Freud, Nietzsche y Popper hicieron de la religión, ella resistió y está volviendo poderosamente en todas partes del mundo. Pero vuelve, en gran parte, haciendo de Dios el legitimador de la guerra, del terrorismo o del conservadurismo político y religioso.
Bin Laden comenta los actos de terror, con rostro crístico, agregando:
"Alá sea alabado".
Bush antes de dar el ultimátum a Saddan Hussein, se recoge, consulta a Dios en oración y comunica a sus asesores:
"Tengo una misión que cumplir y pido al buen Dios de rodillas que me ayude a cumplirla con sabiduría".
Bajo el pontificado de Juan Pablo II ha adquirido fuerza una religiosidad carismática y fundamentalista que danza y canta el "Padre Nuestro" sin articularlo con el "Pan Nuestro".
El Dios de Bin Laden y de Bush es un ídolo porque no es posible que el Dios vivo y verdadero quiera lo que ellos quieren:
la guerra preventiva y el terror que victiman inocentes o que quiera un tipo de fe que no articula la pasión por Dios con la pasión por los que sufren.
El ateísmo ético tiene razón al negar este tipo de religión con el Dios que la acompaña, que justificó otrora las cruzadas, la caza de brujas, la inquisición y el colonialismo y hoy la guerra en Irak, el terrorismo islámico y la moral sin misericordia.
Es más digno ser ateo de buena voluntad, amante de la justicia y de la paz, que un religioso fundamentalista insensible a la ética de la vida.
Es posible todavía creer en Dios en un mundo que manipula a Dios para atender a intereses perversos del poder?
Sí, es posible, a condición de ser ateos de muchas imágenes de Dios que entran en conflicto con el Dios de la experiencia de los místicos y de la piedad de los puros de corazón.
Entonces, hoy la pregunta es:
Cómo hablar de Dios sin pasar por la religión?
Porque hablar religiosamente como Bin Laden y Bush hablan es blasfemar de Dios. Pero podemos hablar secularmente de Dios sin mencionar su nombre.
Como bien decía mons. Casaldáliga, si un opresor dice Dios, yo le digo justicia, paz y amor, pues éstos son los verdaderos nombres de Dios que él niega. Si el opresor dice justicia, paz y amor, yo le digo Dios, pues su justicia, su paz y su amor son falsos.
Podemos hablar secularmente de un fenómeno humano que, analizado, remite a la experiencia de aquello que Dios significa. Pienso en el entusiasmo. En griego, de donde esta palabra deriva, entusiasmo es enthusiasmós. Se compone de tres partes:
en (en) thu (abreviación de theós=Dios) y mos (terminación de sustantivos).
Entusiasmo significa, pues, tener un Dios dentro, ser tomado por Dios.
No es una intuición fantástica? No es justamente eso el entusiamo? Esa energía que nos hace vivir, canturrear, caminar saltando, bailar e irradiar vitalidad?
Es una fuerza misteriosa que está en nosotros pero que también es mayor que nosotros. Nosotros no la poseemos, es ella quien nos posee. Estamos a merced de ella. Entusiasmo es esto, el Dios interior. Viviendo el entusiasmo en este sentido radical estamos vivenciando la realidad de eso que llamamos Dios.
Esta imagen es aceptable porque Dios está próximo y dentro de nosotros, pero también distante y más allá de nosotros. Bien decía Rumi, el mayor místico del Islam:
"Quien ama a Dios no tiene ninguna religión, a no ser Dios mismo".
En estos tiempos de idolatría oficial hay que rescatar este sentido originario y existencial de Dios. Sin pronunciar su nombre, lo acogemos reverentemente como entusiasmo que nos hace vivir y nos permite la alegre celebración de la vida.